Durante el primer año de vida, el niño, biológicamente indefenso para satisfacer sus propias necesidades, depende en un todo de su madre. Se crea así una díada madre-hijo, un vínculo que llamaremos simbólico, en tanto que la desaparición de uno de sus elementos implica la muerte del otro. Por supuesto, nos referimos a la madre no como persona real, sino a la función materna, que podrá ser suplida por otra persona que la pueda desempeñar.
Es de gran importancia el estado emocional de la madre, que estará dado por una cantidad de factores: su deseo previo de tener ese bebé, el vínculo con su pareja, su sexualidad. Tener un bebé es algo sumamente gratificante, pero también representa una gran exigencia. Requiere de la madre todo un aprendizaje destinado a interpretar a un ser que no se expresa verbalmente sino sólo a través del llanto, en los primeros momentos. La madre tendrá que aprender lentamente a decodificar ese lenguaje sin palabras: (¿llora por hambre?, ¿por sueño?), con la consecuente angustia que conlleva no entender.Hasta que el ritmo del sueño se instala, la demanda del bebé exige una gran disponibilidad: la renuncia al propio descanso, al propio ritmo de vida, y en esto se ve incluida toda una familia. El padre y los hermanos, si los haya, deberán crear un lugar para el recién llegado, quien, en un comienzo pide más de lo que da. Entonces podrán aparecer conflictos en la pareja, celos en los hermanos, elementos que se agregan creando una situación única, nueva y, como tal, desconocida.
Estas situaciones pueden reflejarse en trastornos en la relación madre-hijo. La ansiedad puede manifestarse en dificultad para el amamantamiento (falta de leche), irritabilidad, insomnio, anorexia (falta de apetito), por parte de la madre, y trastornos de] sueño o llanto excesivo, por parte del bebé. La inexperiencia de la madre también puede contribuir como factor ansiógeno (que produce ansiedad).La consulta con el pediatra de cabecera, contribuirá a aclarar dudas y disipar temores. Además, después del parto, la madre se encuentra en un momento muy especial. Luego de nueve meses de espera se enfrenta con un nuevo ser.En el puerperio se pueden presentar sentimientos depresivos, que son normales y desaparecen espontáneamente. Estos sentimientos, que reflejan el paso a una nueva situación, merecerán la consulta especializada si fueran muy intensos o si se prolongaran en el tiempo.
Este período se caracteriza por una carencia de objeto. Luego sigue un período de transición caracterizado por la aparición de funciones objétales (el objeto puede carecer de rostros, según explicamos antes).Debemos aclarar que el término "objeto" está usado en su significado psicológico, es decir que abarca todo lo ajeno al sujeto (al yo), comprende otros individuos y cosas.Sólo en el tercer trimestre aparecerán los auténticos objetos. En efecto, por esa época el niño se angustia cuando se acerca una persona extraña: es la típica angustia del octavo mes. Cuando la madre lo deja momentáneamente, expresa su disgusto, ya que la madre está totalmente identificada.
Seguramente, la reacción de angustia frente a un extraño se debe a que no se satisface el deseo de ver a su madre. Compara la cara de una persona extraña con la materna, la encuentra diferente y por eso la rechaza. Aquí tenemos una nueva función del yo que va unida al juicio. El niño entabla relaciones objétales, en el sentido literal de la palabra.Pasado el octavo mes el niño toma los objetos a través de los barrotes de la cuna, mientras que hasta ese momento sólo tomaba lo que tenía al alcance de la mano. Aparece también la capacidad de elegir entre las cosas y valerse de ellas como útiles.Entre los ocho y los diez meses comienza a imitar y a balbucear, todo ello basado en la relación afectiva con su madre.En términos de la formación del yo existe otra concomitante, que llamaremos de evolución instintiva, en relación con la aparición de los objetos. Se trata de un concepto extraído del psicoanálisis, doctrina y método terapéutico basados en la obra de Freud. El psicoanálisis valora la importancia del inconsciente y especialmente de los instintos, en el funcionamiento de la psique. Existen los instintos del yo, que responden a las necesidades y funciones indispensables para la conservación individual (el hambre, por ejemplo) y los instintos sexuales, productores de satisfacción. Estos últimos se van complejizando a medida que el niño crece.Desde esta perspectiva podemos hablar de la llamada fase oral, durante el primer año de vida. Esta fase corresponde al placer del niño por excitación de la cavidad bucal y los labios, que se produce al ingerir el alimento.En esta fase pueden distinguirse dos etapas: una, en la que el niño busca el placer de succionar y otra, posterior a la aparición de los dientes, en la que sólo desea morder los objetos.No podemos decir que luego de este primer año la fase oral desaparece. La boca adquiere el valor de zona erógena, es decir, productora de placer o displacer, sobre la que se irán inscribiendo infinita multiplicidad de nuevas experiencias.Como vemos, en el primer año de vida se gestan las matrices sobre las que luego se asentarán muchas de las pautas emocionales, sociales y de personalidad del ser humano. Seguramente, sus hábitos alimentarlos tendrán que ver con las primeras experiencias. Su facultad de relacionarse con los otros se apoyará en estos primeros contactos.Estos procesos tienen características dinámicas, es decir que si en los primeros tiempos hubo experiencias traumáticas, su repercusión posterior, dependerá de su intensidad. Es inevitable que existan momentos de frustración para el bebé.La adquisición del lenguaje y de la marcha serán los dos grandes acontecimientos que marcarán el final de este primer año de vida.
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